Yo tampoco lo sé

Me abruma la sensación de no encontrarme por el camino, de no estar dónde debo. Podría convencerme de que todo es mejor ahora, pero no lo creo. No me lo parece por mucho que me lo digan o sonría. A mí me gusta la gente que sonríe sin motivo aparente. Esa que, aunque tenga un día de mierda, te regala una sonrisa para que, al menos el tuyo, sea un poco mejor.

Mientras tanto, entre sonrisa y sonrisa, mis días pasan y yo me pierdo navegando por ellos, cada vez un poco más desconfiado. No dejo que me conozcan del todo más que unos pocos. Una amiga me dijo hace un tiempo que nunca sabe cuándo estoy bien o cuándo estoy mal, que le resulta difícil descifrar mi estado de ánimo. No es la primera persona que me lo dice. Creo que, a veces, yo tampoco lo sé.

Preguntas sin respuesta

¿Cuántos empezamos? ¿Cuántos quedan? Siempre es la misma historia. Nunca es tarde para reconocer que sí me importa. Parece que todo da vueltas a mi alrededor y no hay nada a lo que agarrarse para estar a salvo. Quizás sean los chupitos de anoche o esa horrible sensación de querer huir permanentemente, como las nubes que van y vienen al mirar por la ventana del tren, pero no soporto estar aquí, tan lejos de lo que en realidad quiero. Me quema cada recuerdo, cada noche en la que no consigo dormir, cada llamada que no quiero contestar…. Espero una estrella fugaz de esas que vimos desfilar sobre nuestras cabezas aquel verano de descubrimientos. ¿Imaginas estar allí arriba? ¿En el firmamento? ¿En las nubes? ¿Lejos del suelo sobre el que caminas rumbo a otro destino que no te corresponde? ¿Lejos de todo este ruido? Puede que no sea cómo imaginamos, pero parece tan bonito desde aquí abajo… Yo imagino que necesito encontrar el rumbo antes de despegar. Imagino que no soy el mismo que conociste, aunque me parezca bastante. Imagino que estar aquí me gusta más que antes, aunque me siga faltando algo. A veces creo que siempre será así, que nunca lo encontraré. Puede que no me atreva. ¿Dónde están las promesas que me hice? ¿Cuándo se acabará este caos?

Líneas

Todas las líneas que te escribí quedaron atrás,

fundidas en las curvas de tu sonrisa al amanecer,

fieles a una promesa y a una despedida,

cómplices de nuestro amor desde el fin del mundo.

Todas esas líneas quedaron atrás,

inmutables ante el paso del tiempo, pues su tiempo ya fue y ese tiempo no puede dejar de ser.

Siempre lo supimos,

por eso siempre fueron libres,

nunca fuimos dueños de su espacio,

ni siquiera yo al crearlas,

ni siquiera tú al darme la inspiración.

Todas esas líneas resbalaron por la pluma para estar en ese momento exacto,

en su tinta con picos de dolor y gloria,

bajo el susurro de un mar que puso la música mientras te miraba,

convertidas en himno de nuestro escenario de brisa marina.

Líneas eternas sin ser un ‘por siempre’.

Líneas invencibles, como nosotros, aunque sea en caminos separados.

Invisible

Bañado por la miseria de la que quiere escapar. Cegado por un rayo de luz que se apaga. Encerrado entre dos muros que esconden lo que no se ve. Cargado de un amor que no expresa por miedo al dolor.

Le gustaría no saber. Está cansado, al parecer. Todo lo que ya se haya dicho no salió de su boca. Es una tumba en medio del desierto en el que se crío. Martillo de un tiempo inexacto. Un triste sueño de verano. Sin nada que lo ate a su raíz en la tierra.

Un marchito vendaval que se extingue exultante. Mortal y maldito. Condenado por la compleja levedad del ser mañana alguien mejor. Desconcertado al creer que se podía estar sin despertar. Hambriento al pertenecer a un mundo siempre en movimiento.

Te espero

Te espero lejos de todo este ruido. Lejos de todo el murmullo. Lejos de este mundo que nos agobia. Te espero donde me prometiste una vida juntos. Donde no somos más que dos críos con ganas de disfrutar.

Hijo del mar

Voy flotando en mi barco.

A la deriva y cerca del sol.

Tan lejos como puedo de los fantasmas.

Con el alma volátil y el soplo de un viento que nunca se apaga.

Huérfano de tierra firme.

Entre mareas que nunca terminan.

Encerrado en un océano del que no sé escapar.

Hijo del mar y de sus caprichos.

Maletas

Las plazas de Madrid ya no se veían igual sin ti.

Nada se veía tan bonito. Yo no me quería lo suficiente.

No allí donde todo me recordaba a ti.

Necesitaba huir.

Lo necesitaba y no me lo pensé dos veces al subir al avión.

Nunca unas maletas pesaron tan poco. Nunca un drama tuvo menos lágrimas.

Atrás no quedaba nada por lo que luchar. Más que nada, no quedaba nadie.

No escuché más que los motores al despegar, miré por la ventanilla y dije adiós en bajito, para no molestar.

Aislado

Aislado allá donde el sol se viste entre rejas,

donde el tiempo se cuenta en meses perdidos,

donde pasan los años sin que la vida siga,

aislado allá donde el anhelo de (ti) me hace soñar con(tigo),

aislado en ese lugar al que no pudiste entrar y del que no sé salir.

Qué bonito es el ciclismo cuando no tiene dueño

Qué bonito es el ciclismo cuando no tiene dueño, cuando se desmelena y tira para adelante sin que nadie pueda controlarlo. Se nos había olvidado ese punto de locura en los últimos años, siempre con excepciones, pero en 2020, tras la victoria de Pogacar ante Roglic y el súper equipo Jumbo, parece que se ha roto definitivamente todo acuerdo del ciclismo con los equipos dominadores. Las exhibiciones de poder a base de fuerza bruta y compacta de entidades preparadas para secar a cualquier osado con piernas se han quedado al margen este año, incluso los favoritos están viviendo un curso extraño, y si no que le pregunten al Giro.

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