Echar de menos

Veo la luz de las farolas desde mi ventana  mientras suena esa canción que no paro de escuchar. Fuera hace frío y no me espera nadie. Supongo que hoy es un día gris. Uno más. Últimamente son así todos. Días en los que recuerdo todas las cosas que echo de menos. Como los domingos de fútbol con mi padre en la banda. Las paredes de la casa en la que me crie. Las noches lluviosas de carretera. Los textos que se quemaron. Decirte toda la verdad. Los trayectos en bicicleta hasta la estación. Hacer reír a mi abuela. Viajar con mi hermano. Escribir la letra de una canción que nunca sabré tocar. Ilusionarme y acertar. Unos ojos que confíen en lo que ven cuando se detienen en los míos. Una oportunidad. Que estar contento no sea una excepción. Apreciar algo más que los pequeños detalles. Reconocerme al mirar a través del espejo en el que me reflejo. Extender los versos y dejar de romper todo lo que toco. Recuperar la valentía que me llevó hasta donde estoy. Despertar y no querer escapar. Parecerme más al hombre que me gustaría ser.

Echo de menos demasiadas cosas. Por eso estoy borracho desahogándome ante una hoja en blanco. Intentando sin éxito poner por escrito todas las palabras que me asustan. Las que no ves cuando te sonrío. Las que, de momento, se quedan ocultas tras un punto y final.

Desde el primer plano

Graba todo con su cámara. Las nubes teñidas de color rosa por un cielo que cierra los ojos tímidamente, las hojas que se dejan llevar por el viento, cada tono discordante que se rebela, el movimiento del mundo por sutil que pretenda ser, la poesía que dibujan los pájaros que regresan al nido antes de clausurar la función… Todo queda registrado mientras recuerda la mañana en la que despertará. El amanecer que seguirá a la noche que está a punto de vivir. La noche que sin ser grabada será recordada. Se acuerda de todo aunque todavía no haya ocurrido. Pues todo es tan intenso que no le hace falta. Desde el primer plano hasta el último.

Dices

Dices que quieres conocer el mundo que ven mis ojos.

Dices que te interesa estar conmigo en los momentos malos.

Dices que no tienes vértigo. Que estar al borde del precipicio no te asusta.

Dices y dices sin saber.

Dices y no dejas de decir mientras me besas.

Dices y dices mientras me enredas en tus dulces delirios.

Dices y dices mientras amanece lluvioso abril.

Dices y dices sin saber, pero qué más da.

Dices que quieres vivir el momento y supongo que eso es todo lo que importa.

Maletas

Las plazas de Madrid ya no se veían igual sin ti.

Nada se veía tan bonito. Yo no me quería lo suficiente.

No allí donde todo me recordaba a ti.

Necesitaba huir.

Lo necesitaba y no me lo pensé dos veces al subir al avión.

Nunca unas maletas pesaron tan poco. Nunca un drama tuvo menos lágrimas.

Atrás no quedaba nada por lo que luchar. Más que nada, no quedaba nadie.

No escuché más que los motores al despegar, miré por la ventanilla y dije adiós en bajito, para no molestar.

Antiguas vestiduras

Las luces se apagaron y al despertar no quedaba nada.

Escuchaba las teclas del piano y el soplo de un viento que se marcharía con el invierno,

pero no había nada ni nadie. Estaba solo.

El día se esfumó. La noche nunca quiso estar. Y yo inmóvil entre dos historias,

una que perdía, otra que no llegó.

Ahogado en la nada. En un vacío entre lo que no fue y lo que no veía.

Ciego al mirar al futuro. Preguntándole a la primavera por los sueños que no cumplí.

Desglosando los versos del libro que escribí y no pude acabar.

Desgarrando las vestiduras en las que ya no estaba yo.

Asustado por la pérdida. Por unas ramas que nunca llegan a tocar el cielo.

Cansado de no ver nada. De no creer en nada.

Escribir

Escribir es libertad. Escribir es sinceridad. Es dejarse ir. Respirar. Una droga. Una necesidad.

Escribir es el retrato de una vida. Con sus acentos. Con sus interrogantes. Con sus exclamaciones. Con sus puntos suspensivos. Con sus faltas ortográficas.

Escribir es encontrarse. Escribir es reconocer. Es estar frente al espejo. Mirar por dentro. Fracasar. Un golpe. Un suspiro.

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John le Carré

Crecí leyendo a John le Carré. Devoraba sus obras sin pestañear fascinado por sus personajes y las historias que el novelista británico diseñaba para ellos. Sus espías, siempre entre el bien y el mal, me gustaban más que aquellos que veía en la televisión. Con sus grises, su aura de ‘perdedores’, su ‘bajar al barro’ por encima del glamour y su entrega a un trabajo que nunca verían recompensado más allá que por sus particulares creencias de la justicia me resultaban mucho más interesantes que la fama, el encanto y el éxito constante de James Bond. No renegaba de 007, pero si tenía que elegir me quedaba con Alec Leamas.

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